Una corrida de preciosa estampa de Jandilla se evapora entre las manos de tres toreros que siempre apostaron por el toreo
17 de abril de 2024/Marco A. Hierro
En polvo, en ceniza, en tierra seca y yerma que no permite plantar semilla alguna. En eso se convirtió la que, probablemente, es la corrida mejor presentada que ha visto Sevilla en lo que va de año. Por eso, tal vez, y por la presencia de tres favoritos de esta afición, se colgó el cartel de ‘No hay billetes’ este miércoles de feria que no será recordado en los anales de La Maestranza por ninguna particularidad.
El encierro lo envió Jandilla y llevó los dos hierros de la casa, pero fue de lo poco de esa divisa que se vio hoy en el Baratillo. De la codicia, la transmisión, la movilidad y la duración que son religión en esta vacada no hubo nada. O casi nada, porque sí hubo un tercero de preciosa estampa y de codiciosa intención que tardaba en arrancar, pero cuando lo hacía era una brasa que contagiaba su ímpetu al tendido. Así fue en el penco, donde se arrancó con inusitado brío y alegría para comerse el caballo que montaba el hermano de Espartaco, que casi se cae encima del animal al salir despedido por el tremendo topetazo. Fue Manzanares, en un salto sorpresivo y preciso, el que le echó mano y lo volvió a colocar el la silla. Fue el momento más curioso de una tarde en la que faltó mucho más, porque todo pareció quedar a medias.
Fue obra de Tomás Rufo lo más contundente del festejo, lo menos polvoriento y más asentado, porque suyo fue ese tercero que, al menos, gozó de cierta emoción. Por eso lo brindó Tomás. Por eso y por la obsesiva actitud de ataque de un toledano que jamás dejó de creer. Firme cuando había que serlo, impositivo y de mano baja cuando aún pensaba que aguantaría el animal. Pero éste le permitió hacer lo más ligado, poco más. Su frecuente actitud informal y su empeño en embestir sin ritmo dejaron el trasteo en un monólogo de Tomás, muy metido siempre en el festejo. Tanto, que pudo haber cortado hasta una oreja de no pinchar en primera instancia, antes de la estocada espectacular.
La actitud del toledano, cantada ya en estas líneas, volvió a demostrarse en el sexto, un toraco de honda hechura y estrecha sien. Pero eso sólo lo sabía Tomás por referencias, porque cuando salió el animal al ruedo él lo esperaba arrodillado justo delante del portón. Lanceó por delantales, quitó por gaoneras, inició el trasteo de rodillas en los medios para ver cómo se quedaba a medio embroque el negro animal. De su parte, todo, pero sin enemigo.
Tampoco lo tuvo Manzanares en ninguno de sus dos actos, a pesar de su actitud de seria responsabilidad de figura del toreo. Limpió informalidades, alargó embestidas a medias, le puso estética a lo que no tenía transmisión e intentó siempre que no fuera su actuación tan sumamente aburrida como lo fueron sus toros. Y lo consiguió con el primero, al que le sopló, además, un espadazo que lo tiró sin puntilla para saludar una ovación. Lo demás fue todo silencio.
Pero tampoco puede achacarse el resultado a la actitud de Talavante, que mantuvo ese cambio de aires que se le vio en su primera tarde. Consciente, responsable, fácil con los trapos y muy seguro pisando terrenos, se encontró con dos animales que salieron desentendidos, sin celo y sin el más mínimo interés en repetir con codicia en las telas que ofrecía Alejandro. Esperanzador, sin embargo, que no se aburrió el extremeño, ni tiró por la calle de en medio, ni se elidió en una tarde que, sin premios, le sirvió para sumar.
Sólo a ellos. A ellos tres les sirvió esta tarde para sacar conclusiones. El público, más pragmático, evacuó los tendidos deprisa porque estye mirércoles (de ceniza) también jugaba el Madrid. Y es que el que no se consuela…
FICHA DEL FESTEJO
Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Feria de Abril, undécima de abono. Corrida de toros. Lleno de no hay billetes.
Toros de Jandilla y uno, el cuarto, de Vegahermosa, impecables de presencia y de extraordinaria hechura. Obediente y noble pero sin chispa el aburrido primero; desrazado, distraído hy sin celo el segundo, pitado; tardo y de complicado ritmo el bravo tercero; mortecino y sin emoción el castaño cuarto; carente de raza y muy informal un quinto a menos; manso y sin vida el anodino sexto.
José María Manzanares, ovación y silencio.
Alejandro Talavante, silencio y silencio.
Tomás Rufo, ovación en ambos.