25 de noviembre de 2020/Suertematador.com
Fue una fecha trágica. 25 de noviembre de 1991. Se puso de frente a la vida y gallardo le dio el pecho. Por delante, con verdad. Solos él y el toro. Solos él y la vida. Sin trucos, como hizo con el toro, sin miedo, con el valor con que solo unos pocos son capaces de ostentar. Sin miedo a la muerte, claro está. Nimeño II se fue para siempre aquel día. Su vida era el toro y un toro le quitó su ilusión. Y él se quitó la vida. Aquella que perdió como torero en otra trágica fecha, 10 de septiembre de 1989. Muy pocos meses estuvo el hombre viviendo sin vivir, sabiendo que el torero murió en aquel ruedo de Arlés. El Miura segó la vida del torero, pero no la del hombre. Desgraciadamente, él mismo remató una faena que el toro dejó pendiente.
Christian Montcouquiol empañó de dolor no sólo a su país, Francia, sino a toda España y toda Suramérica en especial México. Nimeño fue un torero internacional, quizá de los primeros en abrir las aduanas taurómacas con notables éxitos. Luchó por su profesión y por su vida hasta cuando él quiso.
Atravesaba su mejor momento. Una etapa radiante y de esplendor después de recorrer un pedregoso camino. Fue novillero puntero, de los que despiertan ilusiones verdaderas. Manolo Chopera apostó por él y lo consagró como un torero importante a principios de los años ochenta. Surcó un pequeño bache cuando se rompió la comunión con Chopera y el diestro de Nimes, tuvo que poner rumbo a México, país en el que gozaba de un cartel y una admiración que sobrepasaba la normalidad. Toreo muchas veces en las plazas del país azteca, cortó en particular 4 orejas y un rabo en la Monumental de Aguascalientes, en ña plaza de Cancún indultó un toro de Manuel Espinosa en 1987, entre otros triunfos importantes. Desde el otro lado del charco volvió a reivindicar su estatus y más cuajado, terminó por cristalizar los años 88 y 89, las dos últimas y mejores campañas de su carrera.
Emprendió la temporada de 1989 como el sucesor de Ruiz Miguel en las corridas duras. El de San Fernando iba a dejar la profesión y Nimeño era el torero más idóneo para ocupar ese enorme vacío. El primero que así lo vio fue el propio Ruiz Miguel, que así se lo hizo ver y entender a su apoderado, José Luis Segura: «Pepe Luis. Tienes que apoderar a Nimeño antes de que te lo quiten. Yo me voy y este es el que mejor puede ocupar mi puesto en las corridas. Es muy buen lidiador y se entiende a la perfección con este tipo de ganado. Pero, ¿no viste cómo estuvo en Madrid con la de Victorino?». Paco se refería a la gran faena que le realizó a aquel Victorino la tarde del 3 de octubre de 1988 en el madrileño coso de Las Ventas. Era en Madrid, en su Feria de Otoño, y el torero galo se recubría así de un crédito y un respeto que le ensalzó como máxima figura indiscutible del toreo francés.
Apoderó Segura a Nimeño en 1989 y le preparó una temporada en todas las ferias. Mataba las duras, alternando con toreros banderilleros, pero en ellas había que demostrar que Nimeño tenía la torería más que necesaria como para estar en otro tipo de carteles. Pero no le dio tiempo. En su camino se cruzó Pañolero. De nuevo, la legendaria ganadería de Miura era protagonista una vez más de un capítulo negro dentro de la historia de la tauromaquia.
Septiembre del 89. Nimeño hace el paseíllo en la francesa Arlés junto al portugués Víctor Mendes y Rafael Perea El Boni. Francia, Portugal y España. Toros de Miura en los chiqueros. Entre ellos, Pañolero, que truncaba para siempre la ilusión francesa del momento. Aquel Miura cogió dramáticamente a Nimeño II, como si una cuerda de la guitarra que tan bien acariciaba se partiese. Quedó tetrapléjico. Murió el torero, pero el hombre luchó entre la vida la muerte y logró salir adelante. Le echó casta y en aquellos momentos lidió a la vida con la naturalidad y valentía con que lo hizo en los ruedos. Su recuperación parecía alentadora para vivir en la tierra no como torero, pero sí como hombre. Aunque finalmente renunció a este destino que le preparó la vida. Parecía impensable. Incluso fue él quien alentó a Julio Robles, que pasó por la misma crueldad.
Pero su legado late todavía. Nos convenció de que los toros también entendían el francés, de que los toreros galos podían conquistar territorios más allá de sus coliseos y anfiteatros, y de que el arte, no entiende de nacionalidades. Allanó el camino para los que vinieron después, Richard Milian, Denis Loré, Fernández Meca– Juan Bautista más tarde, y la culminación de la gran obra de Christian, Sebastián Castella.
Queda el recuerdo todavía amargo de quien renunció a la vida por no tener la vida que quería. Por no enfundarse el chispeante y dejar expresar libremente sus sentimientos frente a las intempestivas embestidas de un toro. Así lo quiso él, aunque nos duela. Por eso hoy me quiero acordar de Christian Montcouquiol Nimeño II, porque para entender el presente, hay que echar de vez en cuando una mirada al pasado, aunque este, nos produzca un sentimiento agrio y de clara impotencia.
Lo mejor, que la Fiesta atraviesa fronteras, razas, religiones, y que no sabe ni de unas ni de las otras; ni de un color ni de otros… Francia es un país a tener en cuenta para España en muchos aspectos taurinos. Una referencia.