El acero frustra el triunfo de un gran Rufo y la maravilla de Morante al natural en Toledo (Fotos)

16 de junio de 2022/David Jaramillo/Fotos: Emilio Méndez

La ola de calor que azota España llevó a la empresa a tomar la decisión de retrasar media hora el inicio de la corrida, pero cuál sería la sorpresa de los organizadores que, a la hora que estaba anunciado el festejo, fue la lluvia la que hizo presencia, en medio de un vendaval que no era buen presagio.

Tampoco prometió nada bueno la descoordinada salida del primero, devuelto por su evidente invalidez. Una vez corrido el turno, Morante quiso ponerse a torear pronto, pero el toro, revoltoso y descompuesto, apenas le permitió al de La Puebla estirarse en un par de verónicas tan templadas como trepidantes, sin la cadencia que acostumbra. Una media en el quite fue lo de más sabor de su faena, pues con la muleta el toro nunca se entregó, por mucho que siempre buscara las telas con más ansia que codicia. Por eso los toques suaves y el temple se hacia preciso para no violentar más ese andar tan rebrincado y deslucido y aunque Morante lo consiguió a ratos, dibujando varios muletazos con ese corte marca de la casa, no siempre fue posible. Un pinchazo hondo acabó con el esbozo de lo que no pudo ser.

Pero Morante tenía ganas. No tardó en demostrarlo a la salida del sobrero que hizo cuarto, al que envolvió en su capote en verónicas apretadas, rematadas con una media monumental. A poco le sabría al propio torero, que se ciñó en un brutal quite por chicuelinas de sabor gitano, rematadas por una florida serpentina entre el alboroto del tendido. Tardó poco José Antonio en notar la clase con la que el de Alcurrucén se deslizaba por la izquierda, por eso, después de brindar, tomó la muleta con la zurda para esculpir un natural tras otro, rotos de verdad y de belleza, con el toro entregado al ritmo que Morante imponía. Otras dos series sublimaron el natural, mientras el depósito del toro se iba vaciando. Morante lo sabía por eso cada serie fue más corta y, una vez agotada esa clase, intentó exprimir algo de esa calidad por el derecho, pero no el toro era el mismo por ahí, ni tenía la intención de acudir igual al engaño después de lo entregado ya. Aún así, algún muletazo aislado cayó, con esa esencia morantista, pero sin la repetición que hiciera que aquello volviera a entrar en ebullición. Los pinchazos le robaron los trofeos y la ovación cerrada reconoció el toreo que el sevillano derramó en la arena toledana.

Y delante del genio del toreo de capote, fue el más novel, Tomás Rufo, el que jugó los brazos con mayor cadencia en un recibo a la verónica vibrante, torerísimo y con un templado ritmo que se reducía en cada embroque. Igual que la media que cerró el quite. El toro puso lo suyo, repetición, alegría en el galope y humillación, pero le faltó fondo para aguantar el peso del toreo por bajo del toledano, que rápidamente arrastró la muleta, con los talones asentados, llegando con las telas al hocico para tirar de cada arrancada hasta detrás de la cadera, conducido por las muñecas rotas y la elástica cintura de un torero en sazón. Era difícil que el buen toro aguantara más de tres series a ese nivel de exigencia, sobre todo cuando por el izquierdo se rompieron toro y torero en un natural sublime. Y claro, no aguantó, por mucho que Tomás extendiera su faena un poco más, tirando de autoridad para obligar a un toro que terminó pasando a regañadientes, protestando ese tramo final, que resultó un tanto deslucido. La espada, más efectiva que ortodoxa, dio paso al trofeo.

Pero lo mejor se hizo esperar, porque fue el sexto el toro de más calidad y fondo de toda la tarde, uno que metió la cara entre las manos para humillar y embestir tan despacio como Rufo lo supo llevar. Ya lo cuajó a la verónica, cargando la suerte y jugando los vuelos con la yema de los dedos y adornó el quite por chicuelinas con tafalleras. Pero lo realmente importante vino después, cuando apostó con sinceridad por el toro que fue a más siempre, codicioso, entregado y con una calidad desbordante. Rufo no sólo lo lució, sino que se gustó con el, pasándoselo cerca por ambos pitones, conduciéndole con lentitud y gobierno, y con un toro empujando con los riñones tras las telas, embebido en ellas. Así, hubo dos monumentales derechazos y un puñado de naturales roncos de hondos. Faena grande y toro de bandera, que merecieron mejor final que los pinchazos y que frustraron lo que era de premio mayor. La final, el toro fue arrastrado sin los honores de una vuelta seguramente merecida y el torero paseó el anillo sin los trofeos que le abrirían la puerta grande se su plaza. Sin embargo, Rufo sigue pisando fuerte, dejando una huella profunda a su paso.

Arreado llegaba Talavante a Toledo, después de ese espeso paso por Madrid, y sin esa responsabilidad se le vio más fresco y dispuesto. Al menos, en su actitud se notó el cambio. Ayudó, por supuesto, que su primero era un toro que sólo quería embestir, una y otra vez, incansable, fijo, pronto, noble y franco, con más clase cuando se le trató con suavidad. Y Alejandro fue entrando poco a poco. Un terso delantal fue lo mejor de sus aludo con el capote. Si no hubo más detalles lucidos fue porque el viento y el ímpetu del toro pusieron el acelerador y costaba encontrar el temple. Tras el puyazo el toro fue a más en sus virtudes, incluso dejando a veces en evidencia a un Talavante un punto desconfiado, que no terminaba de creérselo, mientras el toro no de baja de embestir, eso sí, sin regalar nada y contándose cada toque a destiempo, cada ventana abierta la cada colocación equivocada. Fue una serie de derechazos asentados la que mostró a Alejandro le camino. Entonces dio el paso y clavó las zapatillas en la arena para sacar toda esa calidad encastada del toro por ambos pitones. Hubo dos naturales soberbios y un pase de pecho enorme, suficientes para pensar que el mejor Talavante puede volver, aunque todavía debemos esperar un poco más. La oreja que paseó tras el espadazo da abrigo a la ilusión de que la espera sea leve.

El quinto, justito de todo, pidió una delicadeza en el trato que Talavante en este momento no encontró. Es cierto que apuntó calidad y, quizás, en su afán de apurar lo poco que tenía, Alejandro apretó pronto, cuando seguramente debió administrar tiempos y espacios para buscar la comodidad de un toro, que tampoco se afianzó en los medios. Después con la espada, la confianza del torero se esfumó, difuminando la imagen que ya había dejado en el toro anterior.

FICHA: Jueves 16 de junio. Corpus Christi. Plaza de Toros de Toledo. Tarde cubierta y de mucho calor. Media plaza.

Toros de Hermanos García Jiménez, Olga Jiménez (3º) y Alcurrucén (4º, sobrero, sustituto del primero tras correrse turno).  Descompuesto el encastado primero; encastado y con clase el buen segundo; de más a menos el desfondado tercero; de bue pitón izquierdo el cuarto; sin fuelle ni presencia el quinto; y de gran calidad el bravo sexto, que mereció ser premiado con la vuelta al ruedo.

Morante de la Puebla (espuma de mar y azabache): Silencio y ovación.

Alejandro Talavante (azul noche y oro): Oreja y silencio.

Tomás Rufo (sangre de toro y oro): Oreja y vuelta.

 

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