Sin toros en los corrales del Gas, ni vallado en el callejón, ni escenario en la Plaza del Castillo, ni feriantes en la Runa, ni tómbola en Sarasate. La ciudad no se mueve como otros años. Pero sabe esperar.
4 de julio de 2020/A. Ibarra / Javier Bergasa
La paz que respira Pamplona esta semana previa al 6 de julio nos resulta extraña, casi imposible de imaginar un año antes, y aunque nos rompe el alma, sabemos que esa tregua es la única que nos hace confiar en unos Sanfermines del 2021 mejores que nunca. Todo un reto que nos pone a prueba.
Todas y todos queremos que se mantenga así, congelada en el recuerdo hasta el año que viene. El ajetreo de la ciudad lo guardamos para el próximo año. De todas las imágenes que más añoramos de los mil preparativos de una fiesta como Sanfermín quizá el pasillo del callejón que conduce a la plaza de toros sea, hoy, el más largo y frío de todos. Sin el vallado en su sitio, solo el tablón que conocen las visitas que mantiene la Meca para turistas.
Maderos macizos que aguardan si escuchas de cerca el impacto de los bureles que llegan exhaustos en cada encierro al interior del coso. Y corredores que se escurren entre ellos confiando en el capotico. De este callejón salen también en estampida festiva las peñas de Pamplona, y la memoria es capaz hasta de oir el ruido atronador de las txarangas. Y de sentir la felicidad de algunos toreros con oreja en mano vestidos de luces.
La puerta principal del coso está cerrada a cal y canto esperando como una caja de música que la vida vuelva cuando deba. Esta semana no hay bidones de cerveza rodando por las calles y bodegas de bares. Ni sonido de las ruedas de maletas por los adoquines de las calles de lo Viejo con turistas dispuestos a vivir una aventura sin igual.
En Rochapea echan de menos la música del tirapichón, las fritangas y los feriantes del Saltamontes repartiendo fichas de colores. Y, muy cerca, en los corrales del Gas los grafitis nos muestran a unos animalazos que se llaman toros pintados en chapa. La plaza del Castillo es más grande que nunca sin el escenario de música.
Y Sarasate, más acogedor que nunca con la amabilización, no luce la nueva caseta de la tómbola de Cáritas (con otros boletos solidarios) ni los coches que nunca nos tocaron. Es la ciudad tranquila que como si en una postguerra se recupera. Y añora los buenos tiempos. Que volverán.