El viejo Victorino, desde su descanso eterno, recuerda las cualidades que hicieron de Belador el único toro indultado en la historia de Las Ventas
7 de junio de 2020/Javier Fernández-Caballero
Querido Belador…
Tres años hará en octubre que partí de este mundo a tu presencia y sigues siendo el único animal que se fue tan vivo como llegó después de pisar el ruedo de Las Ventas. Te escribo esta carta viendo desde las alturas cómo nos emocionamos aquel día. Parecía una locura… pero bendita gloria la que aquel 19 de julio atravesamos los dos: tú y yo. Belador y Victorino. Por ese orden.
¡Lo que soñamos, lo que recé –para que todo saliese como así fue-, lo que pasé –eso que sólo yo sé- y lo que reí aquel día! Sí, porque había que ver a Doña María de las Mercedes el trago que pasó cuando se apagaron las luces. ¡Y cómo nadie se levantó de su asiento!
Todo comenzó muy de mañana, cuando nadie iba a esperar mientras te enchiquerábamos que volverías diez horas después al lugar del que te sacamos. Fuiste el primero de la historia y, como sabes cómo soy, ojalá haya algún compañero tuyo más en Madrid que se gane la vida, pero no muchos, que si no el público de un día se malacostumbra y cree que el final de esta Fiesta es ese. No juguemos con eso que vuestra gloria dura cinco años en el campo, y qué gloria, ya me entiendes…
¿El mejor toro de mi historia? Que se lo pregunten a Cobradiezmos. Pero de los más bravos, sí, y el que necesitaba para consolidarme en figura, también. Aquel día Madrid hizo de mí y de Victorino el culmen de la pequeña-gran historia. Aquel día y la que llamaron del Siglo. Los dos me valieron para dar fe de que aquel loco que sabía que lo que veinte años antes estaba comprando a precio de carne llevaba un tesoro en su interior.
Porque hubo dudas, por supuesto. Hubo afrentas, también. Hubo amenazas, como cuando tuve que lidiar en Vistalegre y dejarte sin aquello que yo meditaba con la luna mientras veía pastar a mis animales, pero sobre todo hubo buena fe, y eso nadie ni nada me lo quitará jamás. Al final Madrid, la que da y quita, me lo devolvió para siempre, y qué orgullo que mi hijo y mi nieta sigan ahora con la batalla.
Aunque a veces le echo la bronca a mi hijo desde aquí porque pierde mucho tiempo con lo que han montado de la Fundación, pero bueno. Sé que lo pierde él, pero lo gana la Fiesta, lo gana la emoción, lo gana la casta, lo gana la fiereza, lo gana el TORO, aquello por lo que viví y luché en mi vida, aquello por lo que tú, Belador, me hiciste más fuerte en mi camino.
Hay quien criticó que te perdonasen la vida. Yo no lo hago. Eras cárdeno, tenías el tipo de casa, y aunque no querías volver a la finca, diste todo un recital de bravura a la muleta de José. Entraste cuando te dio la gana, que para eso es soberana tu fiereza y para eso te crié: para que fueses bravo hasta para hacer esperar a 20.000 personas lo que tu orgullo quiso.
José te toreó con temple, te ligó, exhibió tu calidad y no sólo ganaste el concurso sino que te ganaste la vida. Sé que no fue la faena de la vida de Ortega Cano, pero no se lo pusiste fácil. Nada fácil. Y te sacó algún compás, que dicen en la tierra del maestro…
En fin. Sabes que soy hombre de pocas palabras, me gustaba más trabajar, y ahora disfruto viendo cómo lo hacen los míos, por eso ya me despido. No quiero tenerte aquí dos horas esperando y que no me eches ni con un perro. Te suena, ¿no? Pues eso.
Volveremos a vernos, Belador; volveremos a vernos, José. (Cultoro)