23 de diciembre de 2020/Luis Ramón Carazo
Hace algunos meses recibí una llamada de un gran amigo Alberto que me comentaba con entusiasmo, que recién se había encontrado con un compañero desde la juventud preparatoriana, y me mencionó; te hablo porque es con su familia, criador de toros de lidia. Al decirme que se trataba de Julio Muñoz Cano, me dio gran gusto y quedamos de buscarlo e ir a comer con él.
Antes de hacerlo me aclaró, no tengo ni idea de los toros y me pidió le platicará algunos antecedentes de la ganadería de Caparica, que así se denomina actualmente el hato ganadero de su amigo y recuerdo algunos datos que le proporcioné como referencia.
En primer lugar, le ratifiqué que Julio, su hermano Manuel y Roberto Viezcas compraron una ganadería que se fundó en 1978, por Don Claudio Esquivel con el nombre de Santa Catalina con 60 vacas y dos sementales de Mariano Ramírez en Zinapécuero, Michoacán y luego agregó reses de Campo Alegre de Don Alfredo Ochoa.
En el 2008 fue cuando adquirieron la divisa de los sucesores de Don Claudio y le pusieron Caparica -que así se llama un bello lugar en Portugal- cuando ya tenían vacas y sementales de El Junco de Don Fernando Ochoa, uno de la Viuda de Fernández y en 2008 se le agregó uno de Barralva.
Debutó la ganadería el 15 de agosto de 2009 en la plaza del Restaurante Arroyo y los logros fueron importantes; fueron premiados el novillo y el encierro como los mejores de esa Temporada.
Debutan en la Plaza de Toros México el domingo 18 de julio de 2010, con 6 novillos para César Ibelles, Manolo Olivares y David Aguilar, teniendo una presentación triunfal al recibir aplausos cinco de los novillos lidiados y dando vuelta al ruedo los ganaderos al término del festejo.
Recuerdo con gran entusiasmo cuando Julio me platicó, que habían comprado a los sucesores de Don Luis Javier Barroso, el rancho de El Rocío, que fuera propiedad de Manuel Buch en el Estado de México y ahí se ubicaron Las Huertas, que ahora lleva con gran entusiasmo en Hidalgo, Rodrigo Barroso Cañedo.
Emocionado de su cercanía con la capital, dentro de su actividad profesional que les permitía tener gran éxito en la construcción, me decía le sería más fácil estar en contacto con el campo y sus animales, denominando a la propiedad El Rocío de la Valentina.
El 7 de enero de 2018, los toros que les denominamos serios por su presencia física y por su evidente madurez en el matiz de su comportamiento, fue como debutó Caparica en La México. El encierro fue para la confirmación de alternativa de Antonio Lomelín, con el padrino Jerónimo y el testigo Juan Pablo Llaguno.
Los astados fueron en general aplaudidos en su salida y en el arrastre, hasta que al final el púbico les pidió a sus criadores salieran a recibir un aplauso al final del festejo, por el interesante juego en conjunto de sus reses y en particular el comportamiento sobresaliente del cuarto de la tarde, bautizado como Vaquero que relanzó la carrera de Jerónimo.
Regresando a la charla inicial, Alberto me dijo un poco mosqueado: “¿Pero no todo el tiempo vamos a hablar de toros, verdad?” Le dije no te preocupes de toros, solo saben las vacas y no hablan.
La realidad es que no fue así, asistió el hijo del mismo nombre de Julio y los dos de testigos gozosos; ambos nos concretamos a escuchar a dos cuates de escuela preparatoria, relatar sus vivencias en las que prevaleció la nostalgia y las anécdotas de dos personas entrañables.
Atrás quedaron los logros profesionales de ambos, resaltando por sobre todo ello la satisfacción de un reencuentro después de muchos años de no verse y dónde destacó la generosidad de hacernos partícipes a su hijo y a mí, de lo bien vivido y del gran valor que es, la amistad.
A quienes tuvimos el privilegio de conocer a Julio, sabemos lo profesional y sobre todo lo cálido, afectuoso y generoso que fue.
Con gran dolor platico que se nos adelantó en el paseíllo a la Gloria. Lo vamos a extrañar y mucho, en especial quién fue su compañero preparatoriano y no pudo contener una lágrima, cuando supo la noticia.