El día que el Giraldillo vio torear a El Juli

El Juli sella con tres orejas su séptima Puerta del Príncipe en una tarde en la que se llevó el lote; Manzanares paseó una oreja del quinto y Aguado pechó con dos toros deslucidos.

4 de mayo de 2022/Pablo López Rioboo

Y que toree el Giraldillo al compás de un Miércoles de Farolillos. Porque la tarde de hoy en La Maestranza comenzó con explosión y acabó con estruendo de arte de El Juli, que consiguió su séptima Puerta del Príncipe. Dos orejas a su primero y otra al cuarto en dos obras que calaron en el Baratillo.  

Impuso Juli su ley con ese abreplaza con el que jugó sus cartas: imperioso Julián, crecido ante la bravura enclasada de la embestida, aprovechando la largura, profundidad y repetición en los muletazos a base de sobarle el morro y exigir despacio. Al suelo le echó el trapo cuando menos lo esperaba el de Domingo Hernández, con el palillo bajo la pala y el diapasón disparado para crujirlo con tela y voz. Series macizas, rotundas, hundidas en el ferruginoso suelo de una plaza ya de pie. Acertó a desenmuñecarlo en los primeros muletazos a derechas, lo toreó siempre en línea y aliviando al toro cuando este lo pedía. El pase de pecho fue cumbre. Pero la parte alta de su faena vino al natural, por ahí pulseó la embestida de un toro que se fue siempre tras los vuelos. Con esos vuelos toreó precisamente el de Velilla, sin un toque brusco, haciéndolo todo con suma despaciosidad. Acarició cada embestida, lo toreó con las yemas en dos series que hicieron rugir a la Maestranza. Toreo de cintura y muñecas para abandonarse en una faena que remató con una estocada algo trasera. Julián había puesto muy cara la tarde. Cinco tandas por dos orejas que rubricó con la espada -un punto trasera, pero suficiente- sin mayor complicación. Y toreaba el Giraldillo de salón en lo alto de la Catedral por haber tenido el privilegio de haber visto a un torero de época.

Y cuando existe voluntad y un cuarto de siglo en figura no hay embestida reguleras, ni líneas por encorvar, ni trapos chocando morros; hay capacidad, hay mando y hay imposición, como la del cuarto, al que le paseó un nuevo premio tras dos series de mucho mando a ese animal. Se echó rodilla en tierra para esculpir un natural excelso. El toro la tomó con una largura y una humillación bárbara. Siguió con la muleta en la zurda para dejar dos series en el que llevó cosida la embestida del toro a su muleta. Toreó otra vez con los vuelos, sin toques, todo lo hizo como pedía el toro. Volvió a la derecha para dejar una serie profunda y de mano baja. Un toro al que había que llegarle mucho. Se llevó el animal siempre tras la cadera, en semicírculo y no en línea. La Maestranza estaba muy metida en su labor, sabía que a poco que la espada entrase íbamos a tener Puerta del Príncipe. El toro ya estaba muy venido a menos y no ayudó nada en la suerte suprema. Le tapó la salida en un primer intento que acabó en pinchazo. A la segunda dejó una estocada algo traserita que puso en sus manos la oreja.

Manzanares paseó una oreja del quinto de la tarde, otro toro interesante de Garcigrande, un animal que ya desde salida evidenció su buena condición. Un astado que llegó a la muleta manteniendo esas virtudes – humillación, ritmo y nobleza-. Vimos a un Manzanares que salió expoleado por el triunfo de su compañero. Le tapó la cara a derechas en una primera tanda en la que no dejó pensar a un astado que no rehusó ninguna embestida. Manzanares estuvo templado y correcto, dibujó muletazos con cadencia y buen ritmo, pero a la faena le faltó alma. El de Garcigrande lo quería todo por abajo, se sentía cómodo con la exigencia. A izquierda dejó los pasajes más destacados de una faena con picos de sierra. Subió el diapasón del trasteo cuando apretó al toro en tandas más largas, ahí entró más el respetable. Tras dejar una buena estocada paseó una oreja.

Embistió con gran ritmo y templanza de salida el segundo de Domingo Hernández, un toro bajo y bonito de cara. Manzanares se gustó en los lances a la verónica, ganándole un paso al astado y buscando imprimirle suavidad. Vio tambien las virtudes del animal un Aguado que quitó por chicuelinas; la media fue puro almíbar. En banderillas destacó otra vez Mambrú, un banderillero que cada tarde sube su nivel. Sus dos pares le valieron el reconocimiento de una plaza que le obligó a saludar. Manzanares ya en la muleta buscó no apretarle al toro en los inicios, toreando en línea y a media alturita. Poco a poco el toro fue agarrando humillación y clase, uno de esos astados que pide que lo acaricies. Le costó tomarle la velocidad a un Manzanares que dibujó buenos muletazos por ambas manos, pero aquello no tomo vuelo. El de Domingo Hernández buscaba todo por abajo, quería sometimiento. Hubo altibajos en un trasteo en el que no se vio cómodo en ningún momento al alicantino. Su serie más maciza vino a derechas en las postrimerías de la faena, ahí si le apretó de verdad, respondiendo el astado a esa exigencia. Se atascó con los aceros, sonó un aviso y fue silenciado.

Y Aguado se durmió dándole lances al tercero de la tarde, un toro de Garcigrande que pese a tener nobleza tuvo una embestida carente de entrega. Toreó con las palmas, jugó con la cintura en lances que fueron pura caricia. No ayudó nada ni la lidia del astado ni su paso por el caballo -se le dio más de lo debido-. Sabemos de la complejidad de este tipo de toros en banderillas, pero las cosas no se hicieron a favor de un toro que cantaba sus defectos. Ya en la muleta el animal llegó soltando la carita y sin emplearse, Aguado intentó pulir dichos defectos, pero el toro nunca quiso empujar de verdad. Pese a ello dejó muletazos sueltos a derechas antes de bajar la persiana el animal. Enganchar y soltar, llevarlo a su altura sin obligarlo, ahí estaba la receta para que al menos durara un par de series, pero no hubo suerte, a partir de ahí la faena se diluyó. Por el izquierdo su viaje fue muy corto. No lo vio claro a espadas, sonó un aviso y fue silenciado.

Un auténtico monumento al toreo de capa fue el recibo a la verónica que Aguado le recetó al sexto de la tarde. Un saludo que tuvo prestancia, naturalidad, armonía… se lo llevó hasta la boca riego dándole lances donde dibujó una media detrás de la cadera. Rota se quedó la Maestranza de jalear cada lance, no era para menos. Pero yo me pregunto ¿dónde estaba la música? Una vez pasado el suceso del toreo de capa tocaba verlo en el caballo, allí Mario Benítez ratificó con dos puyazos el momento dulce por el que pasa. Da gusto verlo a caballo. A igual que un Iván García que saludó montera en mano tras dos grandes pares. Muy torero estuvo Aguado en su inicio de faena. Tuvieron sevillanía esos doblones por bajo a media altura aprovechando las inercias y querencia del manso animal. Faena en la que el juego de muñecas fue esencial ante un astado que nunca descolgó. Ya no es como torea Aguado, sino como se coloca, como se la presenta al toro. El astado pese a tener virtudes acabó acusando su mansedumbre. Con el toro ya rajado se pegó un arrimón cercano a las tablas del 11. Tras pasaportar al de Domingo Hernández escuchó palmas en reconocimiento a su actuación.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Décima de abono. Corrida de toros. Lleno de No Hay Billetes.

Toros de Garcigrande – Domingo Hernández. De gran ritmo y entrega el enclasado y humillador primero; de gran ritmo y humillación el interesante segundo de Domingo Hernández; carente de raza el vulgar y deslucido tercero; con nobleza y gran ritmo a zurdas el emotivo cuarto de Garcigande; con prontitud y fijeza el humillador quinto; de mansa condición el anodino y pasador sexto.

El Juli, dos orejas y oreja.

José María Manzanares, silencio y oreja.

Pablo Aguado, silencio tras aviso y palmas.

 

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