9 de junio de 2022/Ocho con Ocho – Luis Ramón Carazo
Hace unos días, el Vigésimo Segundo Tribunal Colegiado en Materia Administrativa, confirmó la suspensión temporal de los espectáculos taurinos en la Ciudad de México y el 9 de junio, es el día en que concede Jonathan Bass, Juez Primero de Distrito, la suspensión definitiva, atentando flagrantemente contra los derechos de los muchos aficionados a la tauromaquia y a muchos que, económicamente dependen de su celebración.
La suspensión es por tiempo indefinido, sabemos por sus valores, que la actual empresa respetará la medida, acatando las disposiciones de la ley, sin que ello signifique que claudicaran en defender la libertad, de quienes tenemos un entrañable amor por la tauromaquia y preocuparse por ellos y por el sustento de muchas personas, cuya situación económica depende de los festejos taurinos y ambos sea moral o económicamente, nos veríamos definitivamente lastimados en una restricción que francamente, suena discriminatoria.
Vivimos entre azul y buenas noches, en medio de una pandemia que nos lástima en la salud y en la pecunia y no se entiende que se restrinja una actividad que produce empleos, adicionalmente de sus méritos tradicionales y artísticos, aclarando que haciéndolo sustentados en normas legales contenidas en el Reglamento Taurino y la Ley de Celebración de Espectáculos Públicos del Distrito Federal, vigentes.
A sus disposiciones las empresas taurinas que han gestionado La México, se han ceñido y la actual seguramente opondrá los argumentos y recursos legales que sean necesarios, demostrando que sigue en pie contra viento y marea sus operaciones.
No es una cuestión menor dentro de tantas cosas importantes, a la tauromaquia no se le puede dar de baja en una ciudad que pasa por momentos de fragilidad, de vulnerabilidad, de ansiedad en la que día con día vivimos, tratando de salir adelante, en medio de tanta incertidumbre que nos produce el futuro.
Hablamos del privilegio de escoger que nos va y que no, vivirlo con las decisiones que se tomen y no aceptar que los demás deciden por nosotros. Es a lo que le apostamos en busca de una capital del país abierta a la multiplicidad de gustos y creencias, con una disposición así, pierde México.