La corrida terminó, los toreros salieron entre el estruendo de las peñas y los tres, en su íntima reflexión, diría que satisfechos consigo mismos. Motivos tienen.
12 de julio de 2022/Paco March/Fotos:Emilio Méndez
Tiempos ruidosos estos y en ellos la Plaza de Toros de Pamplona, un jolgorio constante mientras en el ruedo toros y toreros se afanan en reclamar la atención de los tendidos a rebosar, unos , los toros, luciendo la mayoría de ellos la estampa que es propia de esta plaza y, a ser posible, casta brava y los otros, los toreros poniendo sobre el albero la vida en juego según su filosofía taurina que, si por ejemplo ayer, resultó bullanguera y salió triunfante, en la tarde que nos ocupa tuvo un cierto aire intimista, en especial si de Diego Urdiales hablamos.
En el toro que abrió plaza, mientras las peñas calentaban el gaznate para los cánticos de rigor, el riojano dibujó siete verónicas y una media excelsas en lienzo de la arena y después llevó el toro al caballo en un garboso galleo.
El de Vegahermosa, que completaba los otros cinco de Jandilla, embestía con buen son pero se lesionó la mano derecha en un relance justo antes de que Diego brindara al público una faena que, pese al mencionado hándicap, tuvo el poso y el reposo marca de la casa. Siempre bien colocado, el arnedano desgranó series por los dos pitones armoniosas, templadas, de trazo y temple precisos. Se entregó en la estocada pero el puntillero no anduvo fino y eso- digo yo- debió restar pañuelos, entre ellos el del usía-concejal, que al parecer venía dispuesto a marcar territorio.
En el de la merienda, con dos cuernos como garfias, el ruido era el de las mándibulas que atacaban toda clase de condumios, y Urdiales tragó quina sin un solo gesto de más, ante un toro que no regaló las embestidas y que supo encauzar con firmeza, pulso y, claro, valor.
Anda Talavante en su reencuentro interior y si en el primero de su lote no acabó de encontrarlo, pese a su determinación desde la arrucina en los medios con que inició faena, si se atisbó en buena parte de un trasteo en el que a las bondades del jandilla, que embestía con profundidad y largura, respondió Alejandro Talavante con muletazos de magnífico trazo y expresión, en especial cuando lo fueron al natural. La espada quedó sueltecilla , no hubo trofeo, pero en la vuelta al ruedo la cara de Talavante reflejaba una íntima felicidad. Y eso es buena señal para lo que está por venir.
Ginés Marín se ha ganado a pulso el reconocimiento de torero de clase y en constante progreso. De ello dejó prueba en su primero (el otro no le dio opciones) con muletazos de gusto y reposo, compromiso en el cite y largura en el trazo. La estocada, también en el sexto, fue de libro pero la petición orejil no fue suficiente para que el del palco tirara de pañuelo.
La corrida terminó, los toreros salieron entre el estruendo de las peñas y los tres, en su íntima reflexión, diría que satisfechos consigo mismos. Motivos tienen.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Octava de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno.
Toros de Jandilla-Vegahermosa.
Diego Urdiales, ovación y silencio tras aviso.
Alejandro Talavante, silencio y vuelta al ruedo tras aviso.
Ginés Marín, ovación tras aviso y ovación.