El valenciano dio una de esas tardes de toros que poco se olvidan, tanto por la forma de jugarse el tipo con el violento quinto, sereno y consciente, como por la generosa lidia que dio al segundo, potenciando su clase. El trofeo hizo justicia. También mereció premio Francisco José Espada, que pagó con sangre su firmeza; mientras a El Payo la suerte le dio la espalda.
24 de mayo de 2023/David Jaramillo/Fotos: Emilio Méndez
Después de trece días de San Isidro, por fin, las banderas ni se movieron. Quizá esperando que las grises nubes descargaran sobre la plaza, como todos los que entraban al tendido mirando más al cielo que a la arena. Y en los chiqueros, el interrogante de los Algarra remendados con los Montalvo.
El primero se resolvió pronto, pues salió con el freno de mano puesto, como si en la divisa le hubieran soplado dos varas. Y ese defensivo inicio en la muleta cantaba su falta de poder. Sin embargo, El Payo se quedó con esa forma de poner la cara por delante. Por eso lo mimó y le ayudó a romper para adelante, paciente, templado. Algún medio muletazo como premio, pero tan contado el fondo que apenas duró un suspiro. Menos suerte tuvo el mexicano con el cuarto, vacío y sin fuerza. Porfió El Payo y se justificó (también intervino en quites), pero se extendió tanto, quizá queriendo que no pasarán otros siete años sin volver a Madrid.
El toro de las apuestas en El Batán salió en segundo turno, el “sardito” le decían, con su seria y puesta cara por delante de tan bonitas sus hechuras. Visiblemente menos rematado que en la Casa de Campo, pero con el trapío intacto. A pesar de lo mal picado, en su contado poder escondió una calidad tremenda. Román lo sabía y sacrificó el lucimiento personal para hacer brillar al toro. Le dio distancia para alegrar su templado galope y una suavidad de seda en el embroque. Los toques eran sutiles invitaciones, casi imperceptibles, que aceptaba el buen toro deslizándose ajustado por la cintura del valenciano, aunque a veces perdiera las manos en su salida. Lo alivió Román con series cortas, delicadas y medidas, como medida fue la faena y cabal el espadazo. Faena de torero centrado, honesto, generoso y capaz.
Pero otra notable dimensión sacó Román con el quinto, un pavo de Montalvo tan cuajado y agresivo por delante, como violento en sus embestidas. Más por falta de clase que por sus malas ideas, pues era obediente a los toques, pero soltaba hachazos a diestra y siniestra en medio de su viaje. Y Román ni se inmutó, firme a carta cabal se plantó por ambos pitones, sin importarla por dónde pasaba la guadaña. Mientras el tendido tenía el corazón en la boca, el valenciano se mostraba sereno, dispuesto, entregado. Y dejó varios muletazos buenos, con lo difícil que era mantener la muleta planchada, por abajo, poderoso. También le jugó los vuelos al natural, por donde la bestia estuvo a ponto de cazarle y, desde entonces, ya sólo buscó al torero que, para demostrar más si cabe su apuesta, asustó al gentío con unas manoletinas pavorosas y un espadazo hasta la bola. La oreja es de las que valen oro.
Junto a Román también brilló Francisco José Espada. El buen torero de Fuenlabrada notó cómo se desplazó el toro en la excelente lidia de Candelas y, después de los impávidos estatuarios y el cambio por la espalda, asentó aún más las zapatillas para una serie de derechazos que tuvo majestad, por el ajuste, el temple sobrio, la figura erguida y la distancia justa, abrochando el pase de pecho en los remates con el cuerpo del torero cual columna de mármol. Sin embargo, el “algarra” fue perdiendo fuelle, al tiempo que Espada puso variedad y emoción con cambios por la espalda y un puñado de ajustadísimas bernadinas cuando el toro pidió la muerte. La misma que el madrileño le deletreó con una estocada de escuela. Por sí misma valía la oreja. La plaza lo entendió, el palco no. Y la vuelta tiene que ser de las que valen, es lo justo. Sobre todo, porque refrendó su buena tarde con el sexto, al que atacó de rodillas con una serie soberbia, ya no por la apuesta, sino por el temple, el valor de mano baja, trazo largo y el gusto que le imprimió a los derechazos y el de pecho, todavía con ambas rodillas en la arena. Pero, cuando se puso de pie, el toro comenzó a soltar derrotes a su paso. “Sigue de rodillas”, le gritaron desde el siete, pues el defecto del toro se transformó en genio defensivo al tiempo que el fondo se le escapaba. Entre medias, Francisco José cuajó una buena tanda de derechazos, mandones, jugando las inercias de la distancia. También al natural, de difícil temple, hasta que los parones se hicieron frecuentes y Espada se metió entre los pitones. Así, buscando el pitón contrario el toro estiro el cuello y le enganchó del muslo hiriéndolo antes de que el acero se negara a entrar.
FICHA DEL FESTEJO
Miércoles 24 de mayo. Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, décimo tercera de abono. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada. Tarde cubierta, pero sin viento.
Cuatro toros de Luis Algarra y dos de Montalvo (4º y 5º). Cinqueños los tres primeros, pero más cuajados y los otros tres. Serios y bien hechos. Con ritmo, aunque sin emoción el primero; quiso más que pudo el segundo, de gran clase y buen fondo, pero poca fuerza; pronto el tercero, rebrincado, pero franco y a menos; vacío y sin fuerza el cuarto; violento, deslucido y orientado el quinto; de buen fondo, sin clase y a menos el sexto.
El Payo (azul rey y oro): Silencio y silencio tras aviso.
Román (gris plomo y oro): Ovación y oreja.
Francisco José Espada (azul marino y oro): Vuelta y palmas tras aviso. Herido.
Incidencias: Francisco José Espada sufrió una cornada en la cara interna, tercio superior, del muslo izquierdo, con dos trayectorias, una ascendente de 15 cm., que alcanza pubis y otra hacia adentro de 15 cm. que bordea recto. Puntazo corrido en cara posterior de gemelo izquierdo y policontusiones en ambas piernas. Pronóstico grave.