Emilio de Justo indulta a un extraordinario «Vendijoso» de Juan Pedro Domecq y abre la Puerta Grande en Burgos (Fotos)

1 de julio de 2024/Patricia Prudencio Muñoz/Fotos Emilio Méndez

El Coliseum de Burgos celebró una corrida de toros en la que los diestros Enrique Ponce, Daniel Luque y Emilio de Justo se midieron a los ejemplares de la ganadería de Juan Pedro Domecq. Los animales se dejaron llevar, aunque siendo escasos de fuerza y entrega, estando la terna por encima. Los aceros fueron los que impidieron que se cortaran las orejas. El sexto, de nombre «Vendijoso» fue el mejor toro de la tarde, al que se le pidió el indulto y el presidente otorgó. Ponce toreó con poso y mucha torería, llevando al primero, al que tuvo que sujetarlo y atar en corto alejado de tablas. Insistió con su segundo, un toro vacio y sin fuerza al que no le pudo bajar la mano, pero con el que estuvo por encima. La espada deslució ambas faenas. Luque lo intentó en aquella faena lenta y mimada con la que trató de llevar a un toro flojo y manso. Faena de tira y afloja con su segundo, con el que le pidieron la oreja sin fuerza. Emilio de Justo se mantuvo firme y entregado a base de clase, en una faena de intensidad, a pesar de que el primero de su lote se viniera a menos. Firmó la mejor faena de la tarde con un extraordinario sexto, que no tenía final y que indultaron.

Enrique Ponce, en la tarde de su despedida, recibió al abreplaza en un su capote, ganándole terreno hasta llevárselo a los medios, estirándose con el. En varas reinó el caos. Se alcanzó la faena de muleta y brindó al público, después la inició con la rodilla en tierra, por abajo, pasándolo por ambos pitones, pero teniendo que levantarse rápidamente para seguir alternando por alto y por bajo, por ambos pitones. Siguió por el derecho, balanceando el pase, buscando la altura al que cuidar la embestida y aguantarla hasta el final. Le dio tiempo y sitio, para después seguirle con verticalidad, poso y determinación en un trazo limpio y suave con el que embeberlo en la franela. Cambió al izquierdo, pero sin bajarle la mano, echándole los vuelos para dejársela muerta en la cara y arrastrarlo tras aquel cite sutil pero firme y fijador. Retomó las tandas por el derecho, con aquella torería y desmayo tan característicos con los que se lo envolvió. Culminó con las poncinas, de cierta intermitencia, de una en una. Falló con los aceros.

Saludó Daniel Luque al segundo de la tarde con quietud, pasándolo a pies juntos, sin rectificar, en un palmo de terreno. Después se estiró y lo llevó hasta los medios. Comenzó la faena después de brindar desde los medios. Se fue junto a las tablas, acercándose lentamente hacia al primero de su lote para pasarlo y tirar de el. Muy despacio montó la muleta sobre su mano derecha, se acercó, lo citó y tiró de aquella embestida. El animal tenía ritmo, pero había que medir muy bien las alturas y los tiempos a los que llevarlo. Había que meterlo y llevarlo muy tapado para encontrar esa ligazon en aquella embestida algo destartalada en la que quería más que podía. Su querencia la marcaba al final de cada tanda, por lo que el diestro tuvo que sacarlo más allá del tercio en más de una ocasión. Muy asentado y cadencioso, uno a uno, se lo envolvió por el derecho, teniendo que mantenerlo y evitar que se cayera aquel toro flojo y manso. Acabó metido en los terrenos que marcaba, mostrándolo incluso al natural, con un pitón izquierdo que lo avisó. Mató de una única estocada.

Emilio de Justo saludó al primero de su lote después de pasarlo, pero sin lograr encelarlo. Se desquitó en el tercio de quites, en el que con variedad y lucimiento deleitó los tendidos. El diestro brindó a Enrique Ponce, dando paso así a su faena de muleta, la cual inició andándole al animal, sacándolo del tercio para después, con quietud y mucha paciencia seguir con aquel inicio. Continuó por el pitón derecho en los medios, con una tanda ligada en la que metió al primero de su lote, llevándolo con ritmo. Había que optar por las distancias cortas para citarlo, después se ligaba a la tela y lo llevaba cosido. Cambió al izquierdo, uno a uno, teniendo que cruzarse e insistirle. Continuó al natural, pasándolo en largo, para después ceñírselo algo más, marcando el trazo con la ayuda. Retomó el pitón derecho con el de Juan Pedro, muy venido a menos y al que había que robar las embestidas, quedándose cada vez más encima. Falló con los aceros, logrando hundir la espada al segundo intento.

Ponce no esperó para recibir en su capote al cuarto de la tarde, al que llevó a la verónica. Lo tanteo genuflexo, obligándolo por abajo, teniendo que levantarle la mano para evitar que el animal se cayera. Tiró de el y se lo llevó al tercio, donde empezó a llevarlo por el derecho, encontrando pinceladas. La embestida no daba para mucha expresión, pero el diestro quiso, con elegancia y cadencia, encararse y envolvérselo. Siguió por el derecho, llevándolo por arriba, aguantando en pie. Le dio tiempo y sitio, ayudándolo a recuperarse entre tandas, unas tandas que diseñó cortas y milimetradas. Le adelantó la mano con suavidad y deslizó, al ritmo que el toro le soportaba. Aquel toro de despedida no le hacía justicia, teniendo que poner todo lo que le faltaba al toro, estando muy por encima en una faena intermitente que no tomaba vuelo. Cada vez el animal se apagaba más, ya no pasaba. Falló con la espada, teniendo que descabellar.

Daniel Luque saludó al quinto, con el que se estiró luciéndose hasta sacarlo a los medios. Lo pasó a pies juntos, tanteándolo por ambos pitones en el inicio de faena. Una vez fuera del tercio culminaron las probaturas y se puso a torear sobre el derecho, con el paso atrás y el toque firme en la cara para ligarlo. Uno a uno encontró aquella continuidad con un toro que no humillaba y que poseía una embestida bastante irregular. Cambió al natural, mostrándolo, llevándolo con los extremos de la muleta. El de Juan Pedro pasaba, sin entrega ni clase, pero pasaba atendiendo las demandas del diestro. Luque lo mantuvo fijo y aprovechó la nobleza de un toro al que había que insistir con brusquedad. Protestaba y hasta le soltaba la cara en su salida, por lo que con el uno a uno trataba de evitar que se descompusiera. Lo pasaportó.

Emilio de Justo saludaba al cierraplaza, llevándolo por alto sin poder lucirse. Tuvo que darle tiempo y llevárselo a los medios para encontrar el acople. Decidió ponerse de rodillas para iniciar la faena, sin probaturas, envolviéndoselo a su alrededor, emocionando a los tendidos. Se levantó y remató aquel saludo con el que dio paso a una tandas de acople y pulcritud.  Siguió sobre el pitón derecho con un toro con el que se pudo asentar, que repetía y tenía movilidad en su embestida dando juego y emoción. Tocó y llevó ligando, siempre dosificando y dando tiempo entre tandas. Cambió al natural y aquel toro no dejaba de embestir en unas muñecas que giraban y lo llevaban cosido a la muleta. Cada vez había que dosificar más, dándole tiempo y sitio, pero el animal atendía con fijeza y prontitud. Tiró la ayuda y continuó toreando por el derecho, siendo él eje sobre el que envolverlo. Se le pidió el indulto y el público protestaba cada vez que se cuadraba para entrar a matar. Finalmente, el presidente sacó el pañuelo naranja y Emilio de Justo siguió toreando.

Ficha de festejo:

Burgos. Toros de Juan Pedro Domecq (6° indultado).  Los animales se dejaron llevar, aunque siendo escasos de fuerza y entrega, estando la terna por encima. Los aceros fueron los que impidieron que se cortaran las orejas. El sexto, de nombre «Vendijoso» fue el mejor toro de la tarde, al que se le pidió el indulto y el presidente otorgó. Enrique Ponce, silencio y silencio tras aviso; Daniel Luque, ovación y oreja; Emilio de Justo, oreja y dos orejas y rabo simbólicos.

Incidencias: Después de romper el paseíllo se le homenajeó al maestro Ponce en la que era la tarde de su despedida. Debutó en esta plaza en 1991 y ha salido 9 veces por la Puerta Grande. El sexto de la tarde, de nombre «Vendijoso» fue indultado en las manos de Emilio de Justo tras una faena de peso.

 

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