Juan José Padilla: «Echo de menos la adrenalina de San Fermín»

El torero Juan José Padilla lamenta no estar estos días en su ‘Pamplona del alma’, ciudad que fue «su chupinazo» en el mundo del toreo

14 de julio de 2020/Mikel sola/Noticias Navarra

«Por supuesto que iba a venir a San Fermín. Me considero un navarro más», asegura el torero Juan José Padilla. Sin embargo, la covid-19 obligó a suspender las fiestas y este año El Pirata no ha podido venir, como dice él, a su Pamplona del alma.

La idílica relación con la capital navarra se remonta al 11 de julio de 1999. El diestro jerezano debutaba en la Monumental pamplonesa con toros de Miura y no lo pudo hacer mejor: cortó tres orejas y salió por la puerta grande. «Fue la tarde soñada», recuerda Padilla, que añade que «Pamplona fue mi trampolín y me dio el chupinazo para poder torear en todas las ferias». El Pirata confiesa que «tenía muchísima responsabilidad y presión, pero a su vez mucha confianza». El diestro gaditano explica que para su debut se preparó durante dos meses: «Fueron muchos días de entrenamiento e ilusión por alcanzar lo que verdaderamente quieres hacer». Y vaya si lo consiguió.

Padilla triunfó en el coso pamplonés y se metió en el bolsillo a un público al que baña en halagos: «Siempre se ha entregado con una gran pasión», indica. El Pirata cree que ese apoyo incondicional que La Monumental da al torero que lo da todo en el ruedo le ha ayudado a construir su identidad única y que le ha aupado en el mundo del toro: «No haber fallado a Pamplona me ha catapultado. Después de cada San Fermín siempre he subido un peldaño», afirma el gaditano.

Su entrega pasional ante el toro, a veces desmedida, ha tenido consecuencias y es que el diestro ha sufrido un total de 39 cogidas a lo largo de su carrera. Una de las más graves fue la de Zaragoza en 2011: el cuarto toro de la tarde le infirió una cornada que entró por la parte inferior de la mandíbula y salió por el ojo izquierdo. Después de esa cogida, Padilla perdió la visión de ese ojo.

Pero El Pirata no es de los que se achantan fácilmente y por eso siguió toreando. Eso sí, a partir de ese momento Padilla empezaría a saltar al ruedo con un parche en el ojo izquierdo. Cosas de la vida, ese parche agrandó aún más su figura y Pamplona, a la que le gustan los valientes, reconoció su gallardía: buena parte de sol se engalanaba y le recibía con banderas piratas que ondeaban con el viento. «El cariño que me ha dado la plaza, los tendidos llenos de banderas piratas, la gente gritando ‘illa, illa, illa, Padilla maravilla’… Son momentos indescriptibles», apunta el diestro.

Las tardes a portagayola y los pares de banderillas al violín fueron pasando una detrás de otra. Y así llegó el día, el 13 de julio de 2018, el de su última faena en la Monumental. Como en su debut, esta vez con toros de Jandilla, el diestro jerezano cortó tres orejas y se despidió de Pamplona saliendo por la puerta grande. El gentío respondió y le dijo hasta luego como se merecía: «Ese ‘Padilla quédate, Padilla quédate’ se te queda grabado en el corazón y mi corazón siempre estará unido con Pamplona», asegura emocionado el diestro en su finca de Sanlúcar de Barrameda

segunda familia Durante todos estos años, se ha hospedado en la misma habitación del Hotel Sancho Ramírez. El torero no esperaba forjar «para nada» una relación tan duradera con los dueños y personal del hotel a los que define como «segunda familia». El cuidado, el trato y la atención fue lo que hizo que no cambiara de huésped desde 1999. «No había ningún pero, eran todo soluciones» relata. Además del personal del hotel, Padilla tiene muchos lazos de amistad con Pamplona. Por ejemplo, la Casa de Misericordia que «siempre ha contado conmigo y nunca me ha puesto ningún pero», afirma. A la Misericordia se le une una interminable lista: pastores, médicos de la plaza o corredores del encierro con los ha disfrutado de almuerzos, comidas y «tertulias».

Preguntado por si piensa hacer como Pepín Liria (volvió a torear en Pamplona tras 10 años), asegura que no tiene ninguna intención de volver al ruedo. Eso sí, confiesa que sí que hay algo que echa de menos: «La adrenalina que tenía en el cuerpo cuando llegaban los Sanfermines. Esa sensación, a la vez, de miedo y alegría».

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